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viernes, 8 de marzo de 2013

Elvira de Amaya


Nacida, en el barrio de Torrero, a los dieciocho años era una muchacha bellísima de grandes ojos verdes, piel ebúrnea, rubia de espeso y finísimo cabello y con una figura tan escultural como flexible. Estimulada por su tía y unas amigas, que le encarecían su voz y su presencia física, se presentó en Madrid en 1923. Su padre la hizo volver a casa pero al fin cedió a sus ruegos y el 12 de enero de 1924 debutaba en el madrileño Teatro Novedades. Actuó después en el de la Zarzuela y en el Romea, y, tras unos meses de estudio para impostar la voz, se presentó el 4 de diciembre de 1924 en el Edén Concert de Barcelona. A principios de Mayo de 1925, lo haría en el mejor coliseo de variedades de la Península, el teatro Eldorado barcelonés, con un repertorio propio, en su mayor parte debido a Juan Costa. En diez días se consagró y pasó a la primera línea del género. Según su testimonio, su nombre artístico se correspondía con el verdadero, aunque otros datos hacen pensar que pudo apellidarse López. En cuanto a su estilo artístico fue seguidora de Raquel Meller, a la que no se recató en mostrar su admiración. Ya no fue una simple cupletista sino una cantante popular que se aproximaba a lo que después se llamará cantante ligera, con un repertorio que, sin desdeñar lo regional, se iba internacionalizando.

Con sus actuaciones, su gran belleza y su voz bien timbrada y agradable iba cimentando el prestigio que le depararía la llamada de Buenos Aires. Viajó para una temporada con el maestro Codoñer y ambos terminaron quedándose en la capital del Plata durante varios años. Recorrió los teatros de América Latina y coincidió con la época de oro del tango cantado que, rápidamente, incluyó en su repertorio. En la temporada 1932-1933 volvió al teatro Victoria de Barcelona con un espectáculo protagonizado por los tangos en boga. Tras reeditar durante alguna temporada sus éxitos y grabaciones, Elvira de Amaya se esfuma del panorama sin dejar referencias. Es de suponer que se casara y, al hacerlo, se retirase del espectáculo.

Totalizó cerca de treinta grabaciones para el sello Odeón. Su belleza la había llevado también al cine. Maruxa (Henry Vorins, 1923), Sangre española, La extranjera y La última cita (Francisco Gargallo, 1928),, que cosechó un éxito popular, fueron producciones en las que actuó como protagonista a lo largo de los años veinte.

(Datos y foto del Blog de Javier Barreiro)

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