En el siglo XVIII el ingreso de los comediantes en las Compañías se verificaba por los últimos puestos, en los que era obligatorio, con raras excepciones, saber cantar: de ahí que puedan calificarse casi todas las histrionisas de tonadilleras. Hasta la célebre María del Rosario Fernández (La Tirana), así llamada por su matrimonio con Francisco Castellanos, cómico que solía hacer papeles de tirano; sevillana de singular belleza, aire resuelto, expresiva mirada y voz agradable, procedente de los teatros de los Reales Sitios, de la que se conserva en la Academia de San Fernando un magnífico retrato por Goya; hasta esta famosa cómica, que siempre fué exceptuada de solfas, tonadilleó, por única vez en su vida, en un fin de fiestas titulado El proemio de Cornelia, a fines de 1789, según Cambronero.
Ninguna, pues, de las mujeres de teatro del siglo XVIII dejó de ser tonadillera, y alguna como María Ladvenant, la más popular de todas, ni en el apogeo de su gloria abdicó de aquel título. Todas educaron sus facultades, dónde y cómo pudieron,
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